domingo, 2 de octubre de 2011

La cultura del esfuerzo

El Viaje de Turquía es una de las obras más interesantes y menos conocidas de nuestro siglo XVI. Desconocemos casi todo sobre este libro: ¿quién lo escribió? ¿Cuánto hay en él de verdad y cuánto de ficción? Probablemente nunca lo sabremos; pero en cualquier caso es un tesoro de noticias sobre la vida cotidiana de españoles y turcos de aquella época.

Pedro, el protagonista, narra lo que vio y pasó en su cautiverio y en su huída. Hablando de sus trabajos como esclavo albañil, dice:
Usó el bajá con los oficiales otra segunda astucia de premios: puso a los albañiles y canteros, encima las paredes que iban haciendo, una pieza de diez varas de brocado bajo, que valdrían cincuenta escudos, diciendo que el que aquel día hiciere más obra, trabajando todos aparte, que fuese suyo el brocado; a los cerrajeros: al que más piezas de cerrajas y bisagras y esto hiciese, aquel día serían dados treinta escudos, y cincuenta al carpintero que más ventanas y puertas diese a la noche hechas. Ya podéis ver el pobre esclavo cómo se deshiciera por ganar el premio; pareció hecha mucha obra a la noche, y cumplió muy bien su palabra, como quien era; pero dijo al que llevó la pieza de brocado: «Tomad vuestro premio, y en verdad que sois buen maestro; no os descuidéis de trabajar, porque me quiero pasar presto a la casa; tantos pies de pared habéis hecho hoy; el día que hiciereis uno menos que hoy os mandaré dar tantos palos como hilos tiene la ropa que llevaste; y los que no han llevado el premio, a cada uno doy de tarea igualar con la obra de hoy». Un entallador, con sólo un aprendiz que labraba lo tosco, hizo doce ventanas, al cual, uno sobre otro, dio los cincuenta escudos, pero con la misma salsa; y consiguientemente a todos los demás oficiales hizo trabajar ejecutando la pena, de modo que le ahorraron lo que les dio.

Esta aventura de Pedro de Urdemalas debe de formar parte de nuestro inconsciente colectivo. Desconfiamos de los premios al esfuerzo: ¿dónde estará la trampa? ¿Valdrá la pena esforzarse? A ver... Reflexionemos. ¡Vaya! Para saber si vale la pena esforzarse ya hay que hacer un esfuerzo... Mejor nos volvemos al sofá.

sábado, 9 de julio de 2011

Una perspectiva de género

La Ley 14/2011, de 1 de junio, de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación contiene una Disposición adicional decimotercera relativa a la implantación de la perspectiva de género. En ella se preceptúa entre otras cosas lo siguiente:
La Estrategia Española de Ciencia y Tecnología y el Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica promoverán la incorporación de la perspectiva de género como una categoría transversal en la investigación y la tecnología, de manera que su relevancia sea considerada en todos los aspectos del proceso, incluidos la definición de las prioridades de la investigación científico-técnica, los problemas de investigación, los marcos teóricos y explicativos, los métodos, la recogida e interpretación de datos, las conclusiones, las aplicaciones y los desarrollos tecnológicos, y las propuestas para estudios futuros.

Este fragmento de prosa administrativa me resulta un poquito enrevesado; pero tras leerlo tres o cuatro veces llego al menos a una conclusión, a saber: que es muy importante aplicar la perspectiva de género para seleccionar los problemas científicos y para intentar resolverlos. Además el legislador no establece salvedad o restricción alguna relativa al campo de investigación, así que esta norma es aplicable, por ejemplo, a los intentos de demostrar la conjetura de Riemann y al estudio de las laringales indoeuropeas.

Surge un pequeño problema: la ley no explica qué es la perspectiva de género. En este envío intentaremos aclarar, al menos, qué significa género.

La palabra castellana género viene de la latina genus, genĕris, y ésta de una muy productiva raíz indoeuropea *gen- que significaría "engendrar, producir". En griego existe una palabra que corresponde exactamente a genus: γένος , γένεος. El sentido original de ambas palabras era "prole"; de ahí pasó fácilmente a "raza" y finalmente se emplearon para referirse a cualquier clase o conjunto de seres que se asemejan o comparten alguna cualidad. Los lógicos y gramáticos, considerando las clases de las palabras, emplearon genus para referirse al género gramatical, es decir, a ciertas clases de nombres: masculinos, femeninos y neutros.

En castellano, género es un cultismo que no aparece hasta el s. XV. Otras lenguas tienen la palabra análoga como patrimonial y la usan desde fecha más temprana; por ejemplo, el francés gendre (ahora genre), que pasó al inglés como gender.

En latín y en griego, en francés y en inglés, a veces -aunque no frecuentemente- se empleaba la palabra para referirse, no al género gramatical de un nombre, sino al sexo de una persona o animal. El caso más notable lo tenemos en el Banquete de Platón (189d-e):
Pues antes nuestra naturaleza no era la misma que ahora, sino de otra manera. Pues primero había tres géneros (γένη) de personas, no dos como ahora, macho y hembra, sino que había un tercero común compuesto de estos dos, del cual solo queda el nombre y que ha desaparecido: el andrógino....

Sin embargo, en castellano género nunca se usó para referirse al sexo. La Academia lo afirma enfáticamente en el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD):
género.
...
En gramática significa "propiedad de los sustantivos y de algunos pronombres por la cual se clasifican en masculinos, femeninos y, en algunas lenguas, también en neutros" ... Para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término sexo... Por tanto, las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género).

Hemos de suponer que los redactores de la Ley de la Ciencia dominan la lengua española y consultan si es necesario el DPD; por tanto... ¿querrán decirnos con eso de “perspectiva de género” que, respetando las leyes de concordancia de género gramatical, evitemos los solecismos al redactar las solicitudes de subvención? ¿Que no escribamos "el hipótesis de Riemann" o "las laringales indoeuropeos"?

El legislador, probablemente, es enemigo de los solecismos; pero creo que aquí se refiere a otra cosa. Pues desde la década de 1970 las teóricas del feminismo comienzan a emplear género en un sentido técnico, estableciendo la distinción entre "sexo" y "género". G. Rubin, en 1975, acuña la expresión "sistema sexo/género" para describir:
el conjunto de disposiciones mediante las cuales la materia prima biológica del sexo humano y de la procreación es moldeada por la intervención social y humana.

De esta forma, para Rubin el género es "la división de los sexos impuesta socialmente" y el movimiento feminista debería tender a crear una sociedad sin género, aunque no sin sexo.

La Academia no recoge este sentido en el Diccionario, quizás considerando que no está aún suficientemente extendido fuera de su ámbito propio; pero sí lo menciona en el DPD, donde se dice a continuación de lo reproducido más arriba:
No obstante, en los años setenta del siglo XX, con el auge de los estudios feministas, se comenzó a utilizar en el mundo anglosajón el término género (ingl. gender) con un sentido técnico específico, que se ha extendido a otras lenguas, entre ellas el español. Así pues, en la teoría feminista, mientras con la voz sexo se designa una categoría meramente orgánica, biológica, con el término género se alude a una categoría sociocultural que implica diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral, etc... Dentro del ámbito específico de los estudios sociológicos, esta distinción puede resultar útil e, incluso, necesaria.

Está claro, pues, lo que el texto legal quiere decir con género: empleando la terminología técnica propia de la ideología feminista (que hoy es la oficial en España, como lo fue hace unos años la nacionalcatólica, y lo será en su día sabe Dios cuál), el legislador alude a una "categoría sociocultural que implica diferencias o desigualdades de índole social, económica, política, laboral, etc."

Pero sigo preguntándome: ¿cómo debería tenerse en cuenta esta categoría sociocultural a la hora de estudiar la hipótesis de Riemann?

lunes, 13 de junio de 2011

Eneida 8 292-302

Tú invicto Hileo y Folo inmolas fuerte
por tu mano -los centauros que de nubes
nacieron- y monstruos de Creta, y al grande
león de la roca nemea das muerte.
Estigias lagunas temblaron por ti;
por ti el guardador del Infierno tembló
recostado sobre huesos remordidos
allá en su sangrienta escondida caverna.
Mas tú no temiste apariencia ninguna
ni al mismo Tifeo arriscado y sus armas;
y al cercarte con su turba de cabezas
firme la hidra en Lerna pudo verte.
¡Salve, oh tú en verdad de Jove prole, aumento
de la gloria de los dioses! Y propicio
con pie favorable a nosotros acude
y a tus ritos.


Hércules es modelo de conducta para los estoicos. Dice Epicteto:

Hércules, puesto a prueba por Euristeo, no se consideró jamás infeliz; por el contrario, ejecutaba con la mayor diligencia y perfección los difíciles trabajos que el tirano le encomendaba. Entonces, ¿cómo tú, puesto a prueba por los dioses -a quienes tanto debes, empezando por tu nacimiento- osas lamentarte y dejar oír entre gritos tu desgracia?... ¡Qué cobardía! ¡Qué miseria!

sábado, 4 de junio de 2011

Los peligros de la selectividad universitaria

El Gran Monasterio de Nalanda (Nālandā Mahāvihāra), fundado allá por el siglo V de nuestra era en uno de los refugios favoritos de Buda, fue la principal entre las instituciones consagradas al estudio y la enseñanza de las doctrinas budistas. A él acudían estudiosos de toda Asia; uno de ellos, el chino Xuanzang, que residió en el monasterio en el s. VII, dictó a sus discípulos un libro llamado Dà Táng Xīyù Jì, "Relación de las Regiones Occidentales" (Si Yu Ki), donde narra sus viajes y describe lo que en ellos vio. Así habla Xuanzang del monasterio de Nalanda:

"Los monjes, en número de varios millares, son hombres del mayor talento y capacidad. En los tiempos presentes su mérito es muy grande y hay muchos centenares cuya fama se ha extendido rápidamente por distantes regiones... De la mañana a la noche están ocupados en debates: el viejo y el joven se ayudan mutuamente. Quienes no pueden discutir cuestiones extraídas del Tripitaka reciben poca consideración y deben esconderse avergonzados. Muchedumbres de hombres eruditos de diversas ciudades, deseosos de adquirir prontamente renombre en los debates, vienen a resolver sus dudas y a continuación la corriente de su sabiduría se difunde por doquier. Por esta razón algunos usurpan el nombre de alumnos de Nalanda y en consecuencia son honrados en sus idas y venidas. Si personas de otros lugares quieren entrar y tomar parte en las discusiones, el guardián de la puerta les propone alguna cuestión difícil; muchos no son capaces de responder y se retiran. Es necesario haber estudiado profundamente tanto los libros antiguos como los nuevos antes de conseguir ser admitido. Por ello, los estudiantes que llegan como extraños tienen que mostrar su capacidad mediante difíciles debates: los que fracasan, en comparación con los que tienen éxito, son 7 u 8 de cada 10."

¿Qué fue de este emporio del saber y de su célebre biblioteca, donde se atesoraban cientos de miles de manuscritos y se conservaban todos los saberes de la India budista? Tuvo un triste final: en 1193 el caudillo turco Bakhtiyar Khilji, fanático musulmán, saqueó el monasterio, asesinó a los monjes y prendió fuego a la biblioteca; el incendio duró varios meses y el humo de los manuscritos formó una nube que ensombreció la comarca largo tiempo.

Pero, ¿qué tiene que ver este lamentable episodio de intolerancia con la selectividad universitaria? Os daré la respuesta: según ciertas tradiciones tibetanas, aquellos incendios fueron causados, en última instancia, por las maldiciones de algunos visitantes del monasterio que se resintieron del duro trato intelectual recibido de los monjes.

Quizás por ello, y para evitar males mayores, nuestras autoridades educativas -que, como newageros de pro, conocen al dedillo la historia del budismo y sus escuelas- han decidido que todos aquellos que lo deseen ingresen en las universidades y que, tras ser blandamente tratados en ellas, todos ellos egresen con el correspondiente título bajo el brazo.

jueves, 27 de enero de 2011

La improbable historia de Probable

(Para la X Edición del Carnaval de Matemáticas, albergada por La Ciencia de la Mula Francis)

Si un matemático consigue probar una proposición, se enfadará mucho si alguien le dice que tal proposición es probable. ¿Cómo probable? ¡Segura y bien segura!

¿Nunca te ha llamado la atención esta extraña contraposición, querido lector? ¿Cómo puede ser que “prueba” y “probable” tengan significados casi antagónicos? Quizás, si sueles leer en guachi-guachi, pienses que se trata de un capricho o un error de nuestra Academia; pues en inglés se dice, de una parte “to prove”, “provable”; y de la otra “probable”. Pero no; es nuestra lengua quien es fiel a la etimología, como en este envío intentaremos explicar.

Si alguna vez estudiaste griego, quizás recuerdes con horror aquello de los “verbos en -νυμι” y su paradigma δείκνυμι (déiknymi). Pues bien, ese es el verbo que Euclides empleaba para referirse a lo que hacía con las proposiciones. La frase sacramental con la que acaban sus demostraciones es esta: “ὅπερ ἔδει δεῖξαι” (hóper édei déixai), “lo que precisamente era necesario mostrar”. Si tiene que mencionar explícitamente el concepto de “demostración” (lo que no ocurre muy a menudo), Euclides emplea el correspondiente sustantivo δεῖξις (deixis, que por cierto aparece en nuestro diccionario con otro de sus significados técnicos) o su compuesto ἀπόδειξις (apódeixis, esta no la tenemos).

¿Qué hicieron los latinos cuando tuvieron que traducir las obras de los lógicos y matemáticos griegos? Pues no pudieron recurrir a las palabras hermanas de δείκνυμι. En efecto, los que saben de estas cosas afirman que de la raíz indoeuropea *deik- (“señalar”, “mostrar”) nacieron tanto el griego δείκνυμι como el latín dícere Pero este último no es más que nuestro español decir; por uno de esos caprichos de la diacronía, en latín la palabra indoeuropea para “señalar” se especializó en el sentido de “señalar con palabras”, o sea, “decir” (si alguno duda de esta etimología, piense en lo que significa el sustantivo índex,”índice”.)

Así que los romanos rebuscaron en su cofre y encontraron el verbo monstrare, “mostrar, indicar”. Ernout y Meillet, de quienes no es prudente discrepar, dicen que proviene de monstrum, término del vocabulario religioso que significaba “prodigio que advierte de la voluntad de los dioses” (¿a que nunca hubieras pensado que “monstruo” tenía este significado original?) Los romanos equipararon “monstrare” con δείκνυμι y, por tanto, “demonstrare” con ἀπoδείκνυμι y “demonstratio” con ἀπόδειξις, apódeixis. Y el “ὅπερ ἔδει δεῖξαι” se transformó en quod erat demonstrandum , Q. E. D.

Hasta aquí, todo bien. Pero, ¿cuándo aparecieron en esta historia la “prueba” matemática y lo “probablemente” verdadero?

La raíz indoeuropea *bheu-, “crecer”, nos ha producido abundante prole: desde la importantísima “Física” (a través del griego) a la ridícula “guanabí” o “wannabe” (pues de ahí salió también el inglés “to be”). En latín, entre otras cosas, produjo probus, cuyo significado original debió de ser “que crece hacia adelante”, “recto”, y que en tiempos históricos significaba “bueno”. De “probus” se formó el verbo probare, que significaba en general “hacer bueno, comprobar como bueno o representar como bueno”. En particular, una forma de “hacer buena” una afirmación es aducir razones para hacerla creíble, o sea, “probarla”. En este sentido la palabra es empleadísima en el lenguaje filosófico y forense; y así tenemos “probare” como sinónimo - menos técnico- de “demonstrare”.

Según esto, probabilis debería significar lo que el provable inglés: “que puede demostrarse”. ¿Por qué significa algo tan diferente? No culpemos a los medievales o a los modernos; es el mismísimo Cicerón quien, en un tratado sobre el arte de la Oratoria (De Inventione Oratoria, I.46), nos define su significado:

Probabile est id, quod fere fieri solet, aut quod in opinione positum est, aut quod habet in se ad haec quandam similitudinem, sive id falsum est, sive verum.

o sea

“Probable es lo que generalmente suele ocurrir, o lo que se funda en la opinión, o lo que tiene en sí algún parecido con estas cosas, falso o verdadero.”

¿Cómo surge este significado? Al fin y al cabo “probabilis” significa, ni más ni menos, “que se puede probar”. ¿Y cómo se puede “probar” algo falso? La respuesta es sencilla: el “probare” latino tenía un campo de significados mucho más amplio que nuestro “probar”; además de “demostrar”, y antes que ello, significaba “aprobar”. Por ejemplo, se pregunta retóricamente Cicerón en su discurso “En defensa de Milón” (28, 77) : quis est, qui non probet, qui non laudet?, o sea, “¿quién hay que no lo apruebe, que no lo alabe?” (por cierto, eso que según Cicerón todos alaban es un asesinato político.) Por tanto “probabilis” puede significar, y de hecho significa frecuentemente, “que se puede aprobar”; obviamente, se pueden aprobar muchas proposiciones que quizás finalmente resulten falsas, pero a las que damos nuestro asentimiento por ser “lo que generalmente sucede” o estar “fundadas en la opinión”.

Así que si dijéramos “aprobable” en lugar de “probable” la paradoja con que iniciábamos este envío quizás desapareciera; pero el lenguaje también tiene sus razones que la razón no comprende...

sábado, 8 de enero de 2011

Autómatas

Autómatas

Ya hemos contado cómo informática viene de información automática, y también el origen de la palabra información . Para completar el cuento, faltaría hablar acerca de automático; eso es lo que en este envío pretendemos hacer. “Automático”, obviamente, es el adjetivo correspondiente a “autómata”, así que estudiaremos la historia de esta última palabra.

De una raíz indoeuropea *men-, asociada a las actividades espirituales tanto intelectivas como volitivas, hacen derivar los sabios muchas palabras de las lenguas actuales, entre ellas el inglés mind y el castellano mente. En griego, entre otros términos, contribuyó a formar el adjetivo αὐτόματος (“automatos”), cuyos elementos son de una parte el bien conocido “auto-” y de otra “-matos”, que significaría “relativo al espíritu”; dando como significado conjunto “que actúa por sí mismo, por propio impulso”, “espontáneo”, “casual” (en viejos diccionarios se puede encontrar, sin embargo, otra derivación: “-matos” correspondería a μαίομαι “maiomai”, perseguir).

Cuando automatos se aplica a cosas, el sentido predominante es el primero de los arriba citados. Y así leemos en la Ilíada que “las autómatas puertas del cielo rechinaron” (5.749) o que Vulcano construía trípodes “para que aquellos autómatos pudiesen entrar en la asamblea divina...” (18.376)

Nada más natural que sustantivar el adjetivo y emplear su forma neutra (automaton, latinizado automatum) para designar máquinas accionadas por otra fuerza que la de los esclavos. No me resisto a citar un texto de Suetonio, quien en su Vida de Claudio , 34 dice de este emperador que

Bestiaris meridianisque adeo delectabatur, ut et prima luce ad spectaculum descenderet et meridie dimisso ad prandium populo persederet. Praeterque destinatos etiam leui subita que de causa quosdam committeret, de fabrorum quoque ac ministrorum atque id genus numero, si automatum uel pegma uel quid tale aliud parum cessisset.

es decir

Gustábale tanto ver las luchas de los gladiadores llamados bestiarios y los combates del mediodía, que iba a sentarse en el anfiteatro desde el amanecer y permanecía allí hasta durante el mediodía cuando el pueblo se retiraba a comer. Además de los gladiadores de profesión, hacía bajar a la arena, con el pretexto más ligero e imprevisto, a los obreros y gentes de servicio que se encontraban allí, si se descomponía un autómato, un resorte u otra cosa cualquiera.

Es de suponer que los mecánicos del Circo cobraran un buen plus de peligrosidad.

Volviendo a nuestra historia, diremos que tanto el adjetivo como el sustantivo pasaron a las lenguas modernas, en las que están atestiguados desde el s. XVI. Por ejemplo, el Diccionario Histórico de la Academia recoge una aparición del sustantivo “autómato” en la traducción castellana que de Vitrubio publicó Urrea en 1583:

... inventó las máchinas hydráulicas, que son instrumentos músicos de agua, y el exprimir de las aguas, y los autómatos del porrecto

Y en francés, Rabelais emplea el adjetivo en el Gargantue:

Bastissoient plusieurs petitz engins automates, c'est à dire soy mouvans eulx mesmes

es decir

Idearon mil maquinitas autómatas, es decir, que se movían por sí mismas

Durante los siglos XVII y XVIII, siglos de racionalismo y de mecanicismo, la construcción de máquinas que se movían por sí mismas fue una actividad a la que se dedicaron muchos esfuerzos; y el concepto sedujo a filósofos y pensadores tan ilustres como Descartes

Quid autem video praeter pileos et vestes, sub quibus latere possent automata? (Meditationes de prima philosophia, med. 2)
(Pues, ¿qué veo más allá de sombreros y vestidos, bajo los cuales podrían esconderse autómatos?)

como Spinoza

... verba Psittaci, vel automati, quae sine mente, et sensu loquuntur. (Tractatus theologico-politicus, cap. XIII)
(... las palabras del loro, o del autómato, que sin mente y sin sentido hablan.)

o como Pascal

Il ne faut pas se méconnoître, nous sommes automate autant qu'esprit. (Pensées, 252)
(No conviene equivocarse respecto a uno mismo; somos tanto autómato como espíritu.)

Por entonces, poco se filosofaba y pensaba en castellano. Sin embargo, podemos encontar algunas apariciones de la palabra y, en consecuencia, es recogida en el Suplemento de 1780 al Diccionario Académico :

Autómato. s. m. La máquina que tiene en sí misma el principio de su movimiento.

Hasta ahora hemos escrito siempre “autómato”. Nótese que, conforme a la etimología, la Academia establecía que la palabra debe acabar en “-o”. Pero ya en el tiempo en que se publicaba el “Suplemento”, la forma “autómata” era de empleo común; como tantas otras palabras (“estratega”, “autodidacta”), se adaptaba irreflexivamente del francés, transformando la “-e” final en “-a”; y así, “automate” se traducía por “autómata”. La Academia reconoce este uso en la edición de 1843 de su Diccionario, en la que coexisten “autómato” y “autómata”; pero desde 1869 recoge únicamente el galicismo “autómata”. ¡Así es la vida de las palabras!

¿Y en inglés? Se dice “automata”, ¿verdad? La respuesta es sí y no. La máquina que se mueve por sí misma se llama “automaton”, como manda la etimología; “automata” es su plural, como en griego y en latín. Aunque, querido lector, no te sorprendas si alguna vez encuentras escritas cosas como “the most general and powerful automata is the Turing machine” (lo acabo de leer, ¡nada menos que en Stanford!); un plural en “-a” no resulta natural para un anglohablante y, por otra parte, el conocimiento de las lenguas clásicas no es una competencia que los informáticos suelan desarrollar.