martes, 30 de marzo de 2010

CLIENTE-SERVIDOR (I).

A comienzos de la década de 1980 se populariza el uso de las LAN (redes locales de ordenadores), que permiten distribuir los trabajos de cómputo entre varios ordenadores. La forma más común de hacerlo se denominó Client-Server Model o Client-Server Architecture. Es difícil saber quién fue el primero en recurrir a esta metáfora; en 1983 decían Janson, Svobodova y Maehle en las actas de SIGCOMM'83:
     The terms "server" and "client" are already well established in the field of distributed computer systems.
Quizás alguien con más conocimientos que yo pueda determinar debidamente la paternidad de la expresión... Pero no es eso de lo que queremos tratar hoy, sino de la historia de ambas palabras.

La inglesa client es la latina cliens, clientis, o sea, la castellana cliente. ¿Qué significaba cliens en latín? Difícil es explicarlo en pocas palabras, pues se refería a una institución de la sociedad romana sin equivalente contemporáneo. El cliente era un hombre libre situado en una relación de dependencia económica y política respecto a otro de categoría superior denominado patronus (patrono). En particular, el cliente no podía comparecer por sí mismo en los tribunales; el patrono debía hacerlo en su lugar.

Los latinos relacionaban cliens con el verbo clueo, cuyo sentido primero es "oír", "ser llamado". Los filólogos modernos desdeñan esa etimología popular y prefieren buscar el origen de cliens en la raíz indoeuropea *klei-, relacionada con las ideas de "inclinación, pendiente"; o bien confiesan su ignorancia y hablan de un hipotético préstamo del etrusco.

En cualquier caso, nótese que el cliente romano no estaba en la mejor situación posible. Ciertamente superior al esclavo, dependía sin embargo del patrono, a quien debía servir y obedecer. Como dice nuestro Diccionario de Autoridades (1729), cliente es
     El que está encomendado y debajo de la confianza, tutela y patrocinio de otro a quien reconoce alguna superioridad.
Esta es la única definición que aparece en el dicionario académico hasta la edición de 1869.

Lo cual no significa que la palabra cliente no se empleara en latín y en castellano con otros sentidos. Recordemos que el cliente no podía litigar por sí mismo, sino que debía hacerlo por medio de su patrono. Así pues, cuando era necesario, el patrono era "llamado" (advocatus) por su cliente para que le representara en juicio. Pero las leyes fueron complicándose cada vez más, de forma que un padre de familia cualquiera no podía conocerlas bien, sino que necesitaba la ayuda de un especialista en derecho. Y para referirse a la novedosa relación establecida entre el especialista jurídico y la persona que requería su ayuda, se recurrió a las antiguas palabras: aquel se denominó patronus o advocatus, éste, cliens.

Esto era sabido por todas las personas cultas. Por ejemplo, se lee en la "Declaración magistral sobre las emblemas de Andrés Alciato" de Diego López (1615):
     Hallo de los libros Latinos, que Cliens es el que busca al jurisconsulto, o abogado, para que le defienda, del qual es Cliente, y el es Advocato, o Patrono. Pruébase esto de Persio Sátira 3, donde para aconsejar a unos mancebos, que deprendan filosofía, y no leyes, les dice, que no tengan envidia al jurisconsulto, porque tenga en su casa muchos presentes y perniles, que le haya enviado Marso su cliente:
          Et pernae Marsi monumenta clientis.


Sin embargo la Academia no reparó en esta viejísima acepción de la palabra hasta 1869, cuando aparece definido cliente como
     El litigante, con respecto al abogado.

Ahora bien, así como el demandante de servicios de un abogado se denominaba cliente, de la misma forma pasó a denominarse a quien usaba los servicios de cualquier profesional. Este proceso se puede datar en castellano en el siglo XIX. Por ejemplo, dice Serafín Álvarez en El Credo de una Religión Nueva (1873):
     ...el trabajo del hombre que educa es semejante en esto al del médico, que procura que su cliente adquiera un temperamento mixto en que ningun principio predomine demasiado.
Y Blasco Ibáñez en La Barraca (1898):
     A los que se sentaban en el sillón de los tormentos pasábanles un pedazo de jabón de piedra por las mejillas, y frota que frota, hasta que levantaba espuma. Después venía el navajeo cruel, los cortes, que aguantaba firmemente el cliente con la cara manchada de sangre.

Este sentido se recoge en la edición de 1899 del diccionario académico:
     Respecto del que ejerce alguna profesión, persona que utiliza sus servicios.
(Los médicos se ofenden hoy cuando se habla de sus clientes; pero, con el diccionario en la mano, tenemos derecho a hacerlo.)

Mas no acaba aquí la extensión del concepto cliente. Los hablantes generalizan la idea de "cliente de abogado" a "cliente de cualquier profesional"; dando enseguida un paso más, la generalizan a "cliente de cualquier negociante o comerciante". Y así se puede leer en El Practicón. Tratado completo de cocina de Ángel Muro (1891-94):
     La coloración del caldo en el puchero no es de absoluta necesidad, pero le da muy buen aspecto, y en la cocina industrial sirve para engañar al cliente.

Curiosamente, este último sentido, aunque contemporáneo del anterior, no se recoge hasta 1956 en el diccionario académico, y aún de forma restringida:
     Parroquiano, persona que acostumbra a comprar en la misma tienda.
Sólo en 1984 aparece la definición más general:
     Persona que compra en un establecimiento o utiliza sus servicios.

Los anglohablantes contemporáneos tienen dos palabras para estos sentidos modernos de nuestro cliente: client y customer. Al margen de otros matices, se suele decir que client es más formal y biensonante, así que no es extraño que los informáticos la prefirieran para bautizar su invento.

Hora es ya de cerrar este envío; ¿qué mejor forma de acabar que volver al punto donde empezamos? Pues el lector atento se habrá dado cuenta de que no hemos llegado a definir qué sea eso de un cliente informático. Por fortuna, la tarea es fácil. Dando otra prueba de su interés por las nuevas tecnologías, la Academia nos la da hecha con esta acepción recientemente añadida a su diccionario:
     Inform. Programa o dispositivo que solicita determinados servicios a un servidor del que depende.

¿Se reconocería el plebeyo romano del s. -VI en esta definición?

lunes, 29 de marzo de 2010

Shijing, nº 67

Shijing, nº 67

Gran contento ha mi señor,
su izquierda ase el caramillo.
Su derecha me llama a la sala,
¡cuán grande es el regocijo!

      Gran contento ha mi señor,
su izquierda ase el abanico.
Su derecha me llama al paseo,
¡cuán grande es el regocijo!


Como dice García-Noblejas, el huáng (aquí traducido por "caramillo") era un pequeño órgano manual, formado por una serie de cañitas de bambú de distintas longitudes. En cuanto al dào (aquí traducido por "abanico") era un haz de plumas de ave, generalmente de faisán, que los varones empleaban en danzas y bailes.