jueves, 25 de febrero de 2010

De los nombres de árboles en español

Un pequeño grupo de palabras son de origen desconocido; probablemente las hemos heredado de los más antiguos habitantes de la Península, anteriores a celtas y romanos. Entre ellas se encuentran álamo, coscoja y madroño. Especial interés ofrece pinsapo; se conjetura una forma *sappus -quizá céltica- que habría originado también el francés sapin.
Otros nombres provienen inequívocamente de ciertas raíces que los pueblos indoeuropeos emplearon para denominar especies arbóreas.
De *perkwo- sale el latín quercus, de donde (pasando por el mozárabe y el árabe hispánico) nuestro rotundo alcornoque. Notemos que la misma raíz a través del germánico ha dado en inglés fir, que nombra un árbol bien distinto; esta evolución divergente es frecuente en los nombres de árboles.
De *bhago- sale el latín fagus y finalmente nuestra haya. De esta raíz también proviene el inglés beech.
Sin embargo, la raíz *derwo- o *dru- (empleada para designar el
roble, árbol sagrado, y que en inglés ha dado el nombre genérico tree), no se conserva en ninguno de nuestros nombres de árbol.
La raíz *pi- refiere a los significados "gordo", "grasa", "viscosidad". Por ello también se empleó para designar el resinoso pinus. De pix se ha tomado el cultismo pícea.
La raíz bhereg-, "brillante, blanco" fue empleada desde el origen para designar al árbol blanco por antonomasia. Este árbol en latín fue el fraxinus, de donde nuestro fresno, pero en germánico fue el *birkjon, o sea, el inglés birch. Para nombrar este último el latín y el céltico recurren a la raíz propia *betu(l)l-, de donde nuestro abedul.
También indicaba un cierto color la raíz *reudh-, "rojo", de donde el latín robur, rojizo, que sirvió para denominar al quercus robur, y de ahí nuestro roble. De una variante de la raíz *sal-, "gris, sucio", proviene el latín salix, salicis, de donde el castellano sauce. Y de la raíz *el-, empleada para formar diversos nombres de seres de color "rojizo", "marrón", se formó el ulmus, de donde nuestro olmo; y quizás también nuestro aliso, a través de un hipotético germánico *aliz.
De la raíz *wei-, "doblar, torcer", sale el latín vimen, viminis y de éste el castellano mimbre (antiguamente, vimbre) y mimbrera. Notemos que de la misma raíz *wei- procede la latina vitis, o sea, nuestra vid.
De la raíz *pele-, "llano, extendido", proceden palma y palmera. De su variante *plat- se formó el griego platanos, tomado como préstamo por el latín platanus y el castellano plátano.
Muchos otros nombres latinos han sido heredados por el castellano desde los comienzos del idioma. Entre ellos podemos citar ilex, ilicis, de donde *ilicina, de donde nuestra encina; abies, de donde el aragonés y catalán avet y nuestro abeto; populus, vulgarmente *ploppus, de donde chopo; cupressus o cypressus, de donde ciprés; juniperus, vulgarmente jiniperus, de donde enebro; oliva (relacionado con el griego elaia), de donde olivus y olivo; y
taxus, de donde tejo. De tilia proviene el francés antiguo til y finalmente nuestro tilo.
El cedro no es autóctono en Castilla; pero ya en la Edad Media se tomó la palabra del latín cedrus, que era también préstamo del griego kedros.
Los árboles frutales suelen formar sus nombres castellanos a partir de los de sus frutos. Del latín ficus se formo higo, del cual se derivó higuera; de morum, pirum y sorbum salieron mora, pera y serba y de estas moral, peral y serbal. Análogamente, de la raíz indoeuropea *kneu-, "nuez", proviene el latín clásico nux, nucis, y de éste nucalis y nogal.
Los romanos adoptaron muchos nombres griegos para frutas y frutales. Por ejemplo, cerezo y cereza vienen del latín vulgar ceresia, clásico cerasium, préstamo del griego kerasion y posiblemente originado de una raíz indoeuropea *ker-. Almendro y almendra vienen del latín vulgar amindula, clásico amygdala, tomado del griego amygdale. Níspero viene del latín vulgar nespirum, clásico mespilum, tomado del griego mespilos. Castaño viene del latín castanea y este, según la opinión más común, del griego kastanion.
Más compleja es la historia de otros nombres frutales. Albaricoquero, de albaricoque, procede en primera instancia del árabe burquq, el cual quizás provenga a través del griego del latín persica praecocia, es decir, "melocotones precoces", lo cual finalmente nos llevaría a la raíz indoeuropea *pekw-, "madurar, cocer".
Ciertas frutas han tomado sus nombres de los adjetivos que calificaban a las palabras latinas nux "nuez", pruna "ciruela" o malum "manzana, fruta en general". Así, avellana es la latina nux abellana, es decir, "nuez de Abella", ciudad donde se cultivaba. Ciruela es la latina cereola pruna, es decir, "ciruela del color de la cera". Manzana es la latina malum mattianum, es decir, "manzana de Matto", llamada así en honor del tratadista Cayo Matto. Melocotón es la latina malum cotoneum, que era la denominación del membrillo. Cuya etimología, por cierto, es también complicada: viene de un cruce de los latinos melimelum "manzana muy dulce" y melomeli "dulce de membrillo", que a su vez son dos compuestos diferentes de las palabras griegas meli (miel) y melon (fruta, manzana).
Como puede observarse, la mayoría de nuestros árboles conservan los nombres latinos. Unos pocos, sin embargo, han adoptado denominaciones arábigas: acebuche, del árabe hispánico (no clásico) zebbug, posiblemente bereber; alerce, de 'arz, "cedro"; algarrobo, de harrubah (y éste del persa har lup, "quijada de burro"); y almez y almecino, de mays.
En cuanto a árboles frutales, debemos a los árabes nuestros limonero y naranjo, formados a partir de los nombres de sus respectivos frutos, que en árabe son laimun y narang. El primero viene del persa limu, y este del sánscrito nimbu; el segundo, del persa narang, y este del sánscrito naranga.
Por último, citemos algunos árboles alóctonos presentes en nuestros parques y huertos, cuyos nombres son deformaciones de los recibidos en sus hábitats originarios, o bien se deben a la imaginación de los botánicos: la austral araucaria, que recuerda el Arauco de donde procede; el bello magnolio, así denominado por Linneo en honor del botánico Magnol; el japonés caqui; la gigante secoya, cuyo nombre procede en último
término -según Corominas, de quien hemos obtenido la mayor parte de lo aquí dicho- del nombre de un indio cheroqui; y la olorosa tuya, cuyo nombre se tomó (a través del francés) del griego thyia, que designaba cierta planta aromática, y se remonta a la raíz indoeuropea *dheu-, "vapor, humo" (de la cual procede también tomillo).

domingo, 7 de febrero de 2010

Shijing, nº 31

Shijing, nº 31

Cuando suenan atabales
brinco y salto con mis armas.
Ponen muro a las ciudades,
a mí sólo ir al Sur mandan.

En pos de Sun Zizhong vamos
a conquistar Chen y Song.
No volveremos, acaso;
triste llevo el corazón.

Aquí acampo, aquí me alojo,
aquí huyeron los caballos.
Por el monte en lo más hondo,
allí habremos de buscarlos.

En la vida y en la muerte
acá o allá, estoy contigo.
De la mano he de cogerte,
envejeceré contigo.

Suspiros al partir, ¡ay!
¡ay de mí, que ya no vivo!
Suspiros, ¡ay!, en verdad,
¡ay de mí, que no confío!


Es claro que se trata del lamento de un soldado enviado a una guerra entre estados feudales.
La penúltima estrofa es, dicen, una expresión típica de los votos matrimoniales. Algunos interpretan que la pronuncia el soldado, añorando a su esposa; otros, que la dice la esposa; por último, no falta quien piensa que se trata de un juramento de lealtad entre camaradas de armas: como razona Granet, siguiendo a antiguos comentadores, la lengua antigua no distinguía entre camarada y esposo, entre vasallo fiel y esposo fiel, entre amigo y amante.

La última estrofa es especialmente misteriosa. Cada traductor la interpreta a su manera:

!Ah! Nuestra ausencia se prolonga.
Ella no vive aquí a mi lado.
¡Ah! Estamos muy distanciados.
No nos es posible guardar la fidelidad prometida. (Elorduy)

Hélas! pour le temps d'une longue séparation! La vie nous est enlevée. Hélas! nos engagements! Il nous est impossible de les remplir. (Couvreur)

Oh, how far away, you do not keep me alive (i. e., support me); oh, how far apart, you do not continue with me (i. e., go on living with me). (Karlgren)

Alas for our bond!
It has not lasted even for our lifetime.
Alas for our troth!
You did not trust me (Waley)