Weyer registra un ejemplo conmovedor:
Un cazador que vivía en las islas Diómedes contó a este escritor cómo mató a su propio padre, a petición de éste. La salud del viejo esquimal se deterioraba, ya no podía contribuir como miembro del grupo tanto como pensaba que debía; así que pidió a su hijo, entonces un muchacho de unos doce años, que le afilara el gran cuchillo de caza. Luego le indicó el punto vulnerable donde debía apuñalarlo, justo encima del corazón. El muchacho hundió el cuchillo, pero el golpe no dio resultado. El anciano padre le sugirió con dignidad y resignación: "Inténtalo un poco más arriba, hijo mío". La segunda puñalada fue efectiva y el patriarca pasó al reino de las sombras ancestrales.
(E. Adamson Hoebel, "The Law of Primitive Man")
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