En la mayoría de los idiomas, la palabra elegida para designar el concepto de trabajo refleja nociones de lucha, angustia, esclavitud o similares. De la mano de MM. Ernout y Meillet, veamos qué ocurrió en latín.
La palabra original latina para el resultado de un trabajo es opus, operis; para la actividad realizada al trabajar, opera, operae. Ambas proceden de una raíz indoeuropea *op- cargada de connotaciones positivas: de ella provienen en última instancia, por ejemplo, las palabras españolas "óptimo" y "opulento".
Pero pronto opera tuvo que concurrir con labor, laboris, cuyo sentido original era "peso, carga". Así, dice Vitrubio en su tratado de Arquitectura: saxa ... sustinent laborem, es decir, "las piedras sostienen la carga". Y más poéticamente dice Eneas a su padre, invitándole a subir sobre sus hombros (Eneida 2.708):
ipse subibo umeris, nec me labor iste gravabit
o sea, "yo mismo te llevaré a hombros y esa carga no me será pesada". Pronto labor tomó el sentido de "fatiga" y así se empleaba para describir las fatigas de la guerra (belli labores) o las del parto (Lucinae labores). Finalmente, llegó a significar simplemente "trabajo".
Y, olvidadas por los hablantes las primitivas connotaciones negativas de labor, hubo que recuperarlas de alguna manera; y por eso aparece en bajo latín el trepalium, "instrumento de tortura formado por tres palos"; del cual instrumento de tortura o, mejor, dicho, de su nombre, viene nuestro castizo trabajo.
Así pues, ¿por qué no soy un trabajador? Porque no es una tortura lo que hago cada día.
viernes, 13 de marzo de 2009
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