Contra lo que algunos lingüístas del s. XIX mantuvieron, los modernos opinan que la palabra griega morphé (μορφή) no procede de ninguna raíz indoeuropea conocida. Sea como fuere, desde los primeros testimonios literarios encontramos morphé con el significado de “forma armoniosa, bella” y, en general, “forma”. Este último es el que tiene el elemento compositivo “morfo”, tan presente en el léxico científico (“morfología”, “isomorfo”, “polimorfismo”) y aún en el común (“amorfo”). Más curiosas son otras derivaciones de morphé: por ejemplo, de aquí proviene el nombre del dios de sueño Morfeo (Μορφεύς), así llamado por las “formas” que hace aparecer ante quien duerme. Como dice Ovidio en sus Metamorfosis -por cierto, he aquí otro compuesto de morphé- Morfeo es artesano e imitador de la figura. Y de Morfeo, pasados dieciocho siglos desde Ovidio, el farmacéutico alemán Friedrich Sertürner sacó el nombre para la morfina, que tantos dolores ha aliviado.
La palabra latina correspondiente a morphé es fōrma. A simple vista se aprecia el parecido entre ambas; sin embargo, por ciertos detalles técnicos el préstamo directo es sumamente improbable, por lo cual los sabios suponen que los latinos tomaron fōrma del etrusco (siempre tan socorrido para explicar lo que no sabemos explicar del latín), que a su vez habría tomado el préstamo del griego. Entre otros sentidos de fōrma destaca el de “molde”, por ejemplo, el molde de los quesos. ¿Quién podría suponer que el francés fromage tuviera este origen? Aunque lo veremos más claro si consideramos el italiano formaggio o el catalán formatge. De derivados latinos de fōrma ha tomado el español, entre otras palabras, formal, fórmula y conforme; y también informar, la historia de cuyos deslizamientos semánticos merece entrada propia. Formosus era en principio “hecho (bien) en el molde” y de ahí “bello” y nuestro hermoso.
Según las reglas de la gramática histórica fōrma debió dar en castellano horma y, en efecto, la dió. La palabra está atestiguada desde el s. XV y es de suponer que se empleara bastante antes; sin embargo, su uso es muchísimo menos frecuente que el de la palabra latina original y se restringió enseguida para designar el concepto de “molde”, y aún dentro de éste, especialmente el de sombreros o zapatos.
La palabra inglesa shape, al contrario de lo que ocurre con morphé y fōrma, proviene claramente de una raíz indoeuropea, muy productiva en germánico, en latín y en griego. Se trata de *(s)kep-, que se asocia a las ideas de “cortar” y “raspar”. En germánico dió *skap-, de donde el antiguo inglés sceppan (dar forma) y gesceap (forma), y de ésta finalmente shape, que encontramos desde el s. XV.
Como se ve, los antiguos germanos daban forma a las cosas con el hacha (palabra que proviene una variante sin “s” de esta misma raíz, a través del fráncico *happja y el antiguo francés hache). Los griegos preferían raspar o cavar; de la variante *(s)kabh- formaron skapto (σκάπτω), “cavar” y skaphe (σκάφη), “cosa en forma de hoyo”, palabra que designaba bañeras, cunas y barcos y de la que salen nuestros compuestos cultos batiscafo (barco para las profundidades) y escafandra (hombre barco).
Acabaremos citando un curioso pariente de shape. De otra variante de *(s)kep- proviene el neerlandés medio kappen “cortar” y de él el antiguo francés chapuis, “pedazo de madera”, de donde nuestro hispánico chapuz o chapuza. Ved qué extraños caminos tiene el lenguaje: de shape a chapuza hay apenas dos o tres pasos...
martes, 19 de octubre de 2010
miércoles, 13 de octubre de 2010
Que inventen ellos
Cervantes describe como nadie la desesperación de quien busca una demostración y no la halla:
Bien han exagerado vuesas mercedes sus desgracias -dijo a esta sazón el matemático-; [...] más, ¿qué diré yo de la mía, que es tan sola que no tiene dónde arrimarse? Veinte y dos años ha que ando tras hallar el punto fijo, y aquí lo dejo y allí lo tomo; y, pareciéndome que ya lo he hallado y que no se me puede escapar en ninguna manera, cuando no me cato, me hallo tan lejos dél, que me admiro. Lo mismo me acaece con la cuadratura del círculo: que he llegado tan al remate de hallarla, que no sé ni puedo pensar cómo no la tengo ya en la faldriquera; y así, es mi pena semejable a las de Tántalo, que está cerca del fruto y muere de hambre, y propincuo al agua y perece de sed. Por momentos pienso dar en la coyuntura de la verdad, y por minutos me hallo tan lejos della, que vuelvo a subir el monte que acabé de bajar, con el canto de mi trabajo a cuestas, como otro nuevo Sísifo.
Quizás debamos decir que Cervantes pone a este matemático en un hospital, internado como loco, junto con un poeta, un alquimista y un arbitrista (a éste último lo llamaríamos en nuestros días economista). Vanidad de vanidades...
Bien han exagerado vuesas mercedes sus desgracias -dijo a esta sazón el matemático-; [...] más, ¿qué diré yo de la mía, que es tan sola que no tiene dónde arrimarse? Veinte y dos años ha que ando tras hallar el punto fijo, y aquí lo dejo y allí lo tomo; y, pareciéndome que ya lo he hallado y que no se me puede escapar en ninguna manera, cuando no me cato, me hallo tan lejos dél, que me admiro. Lo mismo me acaece con la cuadratura del círculo: que he llegado tan al remate de hallarla, que no sé ni puedo pensar cómo no la tengo ya en la faldriquera; y así, es mi pena semejable a las de Tántalo, que está cerca del fruto y muere de hambre, y propincuo al agua y perece de sed. Por momentos pienso dar en la coyuntura de la verdad, y por minutos me hallo tan lejos della, que vuelvo a subir el monte que acabé de bajar, con el canto de mi trabajo a cuestas, como otro nuevo Sísifo.
Quizás debamos decir que Cervantes pone a este matemático en un hospital, internado como loco, junto con un poeta, un alquimista y un arbitrista (a éste último lo llamaríamos en nuestros días economista). Vanidad de vanidades...
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